En el centro del universo.

En el centro del universo.

Ser danzante. Hasta hoy, tras un camino de largos años, me pregunto con sincera profundidad, que significa esto.

Como la gran mayoría de danzantes, he pasado por varias etapas o “pruebas” que la vida te impone para poder llegar hasta donde se nos tiene permitido. Soy un soldado más que se hace uno al momento de trazar el círculo de danza; no tengo palabra ni autoridad alguna, pero realmente ese anonimato ha sido tan significativo como satisfactorio, pues las pretensiones jerárquicas se han quedado fuera de mis objetivos, dando solamente cabida al aprendizaje.

Ayer danzamos en el populoso barrio de Chimalhuacán, Estado de México, lugar de tiempos antiguos, lugar de escudos.  Danza en honor a la Virgen de Guadalupe, Tonantzin-Tlalli-Coatlicue, venerable tierra, que acercándose su fiesta principal, tuvieron inicio las celebraciones en aquel lugar. “Fiesta chica”, como se suelen nombrar a algunas danzas, aunque en realidad, no hay fiesta chica, pues sea barrio, teocallis, la montaña  o el desierto, cada una lleva su mística, su singularidad y su gran investidura.

Sin embargo, en Chimalhuacán fue distinto; ningún turista como en el zócalo, atestado de güeros que cuelgan su cámara fotográfica en el pecho, listas para el “flachazo”. Aquí eran rostros morenos, cobrizos y con rasgos indígenas, pero mezclados con la urbanidad voraz de la Ciudad de México. Todos estaban contentos, pues la danza azteca estaba en su calle, en su espacio cotidiano. El altar de la Virgen contaba con ocho cuadros de la venerada morenita, además de dos Santo Niño de Atocha ataviados a la usanza conchera. Precario y hermoso, pues las miles de oraciones que se le han hecho a esas imágenes estuvieron presentes en todo momento.

Terminé cansada como nunca, pues me tocó la dura tarea de ofrendar la última danza en un momento crucial, ya que se estaba suscitando un connato de riña entre una docena de danzantes que habían llegado como invitados, contra nuestro general Cuauhtémoc Aranda. La situación estaba bastante álgida, a punto de los golpes, cuando de pronto se acercó hasta mí la capitana “Coneja” a decirme: “…El es Dios comadrita, armonice el  círculo con su energía y jálelos a todos a su danza…”. Entonces pasé al frente, con cara de niña asustada, preguntándome al mismo tiempo: “¿y ahora qué hago?, ¿Qué danza ejecuto?, ¿Cuál es la danza indicada para este momento?, y miraba los manoteos en aquella discusión, y miraba el círculo, a los danzantes que me esperaban para comenzar, los gritos, las exclamaciones…Solicite la danza de “fuego”, pues apenas alcancé a pensar: “fuego con fuego se apaga, tal vez se haga una llamarada más grande, pero si logramos armonizar nuestra fuerza, ellos son los que se tendrán que ir”.

Así que empezamos a danzar con una fuerza desbordante. En el transcurso de la ofrenda los contrarios decidieron irse; terminé cuando ellos se habían alejado por completo. La danza terminó ya entrada la noche, con un frío recalcitrante, aunque  a pesar de ello, el calor seguía encendido en el corazón, con una pregunta envuelta en llamas…¿Qué significa ser danzante?, porque conozco lo implícito, la obligación que conlleva estar en la tradición, la ofrenda, el rezo, la alabanza, la vida que se consagra a ella; sin embargo, lo misterioso en que se transforman esos pasos, esos cantos y esos rezos, nos llevan sin lugar a dudas a un camino siempre desconocido cuando se entrega la palabra, cuando la ceremonia llega a su fin, cuando vuelves a ser tal o cual persona, cuando esa ofrenda se alberga como todas las demás en tu corazón. Ser danzante es fuerza, es regocijo, pero sobre todo es la virtud de sabernos vivos, de habitar esta tierra…con cada gota de sudor, o el cansancio de los pies, nos recordamos una y otra vez que tenemos el maravilloso halo de la vida. Ser danzante es un recordatorio constante de la muerte. Ser danzante es andar un camino siempre inacabable e inabarcable. Ser danzante es agua y fuego…luz y oscuridad, porque somos humanos en la cotidianidad y casi santos al danzar…es llanto y nostalgia por el tiempo que pasa, bendito tiempo que te da el alma de guerrero, que te conecta con tu ser interno, con las ánimas que te antecedieron en el tiempo-espacio…

Tiempo, conocimiento y experiencia es una buena combinación para saber que en la vida las preguntas no se responden, sino solamente se viven y se descubren poco a poco, así que la pregunta seguirá en el aire, sin poder siquiera concretar ¿Qué significa ser danzante?…

Florjaguar.

21 de noviembre de 2010. Cd. De México.

Imagen autor: Pepe Lira. tomada del perfil de facebook de la autora del texto

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