Por Gabriel Hernández Ramos
Un acercamiento a la historia del culto al Señor del Sacromonte de Amecameca.

Gabriel Hernández Ramos
Lic. en Letras Latinoamericanas Capitán de la Mesa del Señor del Sacromonte de Amecameca
Los pobladores
Muchas historias de los pueblos antiguos no han sido clarificadas lo suficiente, a veces por falta de datos, o por el contrario, por multiplicidad o discrepancia entre los informes existentes. En ocasiones las fuentes de estos conocimientos se contraponen y al mismo tiempo, sin querer, se complementan. La prolífica tradición oral, es una fuente viva en muchos de los casos. También es notabilísimo en nuestras historias el hecho de que en ocasiones la realidad y el mito están mezclados de tal manera que es difícil distinguir los límites entre una y otro.
Así, los orígenes del antiguo Amaquemecan, esperan el acopio, la traducción, interpretación y ordenamiento de datos que transparenten su devenir. Claro que también, con seguridad, ocurrieron hechos cuyo registro quedara para siempre perdido.
Hubo un tiempo de efervescencia donde las migraciones eran una constante. Los grupos arcaicos buscaban el mejor sitio para cimentar sus civilizaciones y dejaban constancia de ello en sus peregrinaciones.
Acerca de la procedencia de los pobladores que conformaron con los años el Altepetl Amaqueme, existen al menos dos grandes vertientes. La primera y más antigua, consigna que un grupo de Olmecas Xicalancas u Olmecas Huixtotin, cuyo guía o gobernante se llamaba Olmécatl Huixtotli, llegaron a esta zona buscando expresamente lo que consideraban su particular Tamoanchan, venían de la Región del Hule, de por el Pánuco (Panutla) y con el propósito claro de alcanzar a la cercanía “los montes blancos, nevados, los montes que humean” (Iztaccíhuatl y Popocatépetl) y el cerrito frente a ellos (el actual Sacromonte). Ver: Informantes de Sahagún Primeros Memoriales. Según dicha fuente, estos Olmecas ya traían cierto desarrollo cultural; como el culto al Tloque Nahuaque, (quien les hablaba y les pedía moverse, que lo acompañaran hacia don él les indicaba), libros pintados de los orígenes, de los destinos y libros de los sueños, usaban el calendario y daban gran relevancia a la música, (sabios con libros de cantos y flautas), además, practicaban hechicerías o el arte nahuallotl. Estos Olmecas Huixtotin hablaban popoloca (lengua extraña o bárbara) y serían luego conocidos como mixtecas anahuacas.
Chimalpahin expresamente enumera cuatro pueblos de filiación olmeca; Xicalancas Huixtotin los de la región de las sal; Xochtecas, los de la región florida; Quiyahuiztecas, los de la región de la lluvia; Cocolcas, los antiguos o los viejos, los abuelos. Ver: Memorial Breve y las Relaciones…

La segunda, sustenta, que hacia finales del siglo XIII, llegan los Chichimecas a la región, parcialidades de tribus provenientes de Aztlan Chicomoztoc. Los tlaxcaltecas habían pasado de largo al saber de las artes y la aguerrida fama que ya, para entonces tenían los Olmecas establecidos. Quienes sí llegan decididos son lo Totolimpas y Tecuanipas, grupos considerados como Toltecas Chichimecas o Chichimecas toltequizados, son ellos quienes someten a los Olmecas veneradores del jaguar, de la lluvia y el rayo, la mayoría de los cuales emigran de nuevo. Así es como los mencionados grupos amaquemes se asientan en el sitio. Llegan más tarde Poyahutecas, Panohayas, Tlalamanalcas y Acoxtecas, los cuales van mereciendo tierras en los alrededores del cerrito.
Los nombres del cerro
Totoltepec “Cerro del Guajolote”, se llamaba al Sacromonte a la llegada de los grupos Olmecas, Así lo representa gráficamente la Historia Tolteca-Chichimeca, un guajolote con collar de jades, el cual parece emerger del glifo “Tepetl”, cerro. (Chalchiuhtotollin).
Las tribus Olmecas lo llaman Chalchiuhmomozco, que se traduce como “en el altar de jade” y Chalchiumomoztli altar “donde reluce el agua como jade”. Precisamente, el sitio donde brotaba el agua.
Cuando llegan los Tecuanipas y Totolimpas Amaquemes y someten a los Olmecas, imponen su nombre al cerro, Amaqueme, el cual después se extendería a todo el poblado, y se dice de ellos, que hacían sus ceremonias con papel amate, y revestían el cerro y el altar donde se veneraba al agua con ese papel, y aún más; que ellos vestían también ese papel y por esta razón, amaqueme es el que viste de papel.
Para el último tercio del siglo XVI ya se le llama Sacromonte, como hasta la fecha. Este último nombre, a pesar de hacer a un lado el uso de la lengua madre, es al parecer exacto. Chimalpahin cuenta que en los tiempos de sus ancestros, este lugar era de tal manera respetado, que no se podía excretar en él.
Actualmente los dichos populares aseguran que es un cerro bendito y milagroso, pues cuando las parejas de novios andan escondiéndose entre sus matorrales, “milagrosamente”: suben dos y bajan tres.
Chimalpahin, inicia su Cuarta Relación, con una serie de nombres mágico-metafóricos para designar los lugares merecidos por sus ascendentes Chichimecas, “aquellos honorables señores y príncipes que vinieron a establecerse en Chalchiu Momozco Amaquemecan Chalco” (Altar de jade, revestido de papel, a la orilla del lago); Iztlacozahucan “Lugar de la obsidiana dorada”:
“…El glorioso y famoso lugar del guajolote
Al borde de los bosques y al borde de las nieves
En el llamado lugar de la bruma
En el terraplén de la flor
En el terraplén de la niebla
En donde vive la codorniz blanca
En donde se despereza la serpiente
En donde viven los jaguares
En la casa de Tamiahua
A donde esta erguido 5-Flor…”
Texto poético que no sólo nos da información de los nombres figurativos, toponímicos o míticos del lugar, sino que parece una descripción geográfica, meteorológica, botánica y de la fauna propia de esos tiempos.
Las deidades mencionadas
Estas mismas fuentes relatan los diferentes cultos: Tloque Nahuaque, Nauhi teuhctli, (un misterioso y casi desconocido Señor Cuatro o del Cuadrado), y sugieren que Tezcatlipoca estuvo en una de las cuevas hasta que fue robado, provocando con ello, sequías a los pueblos que lo hurtaron. Los Olmecas, se sabe, veneraban el símbolo del jaguar, otra advocación del mismo Tezcatlipoca, patrono de nahuales y hechiceros, según los mitos. Los Tecuanipas, literalmente son los hombres de la fiera. Finalmente los Amaquemes instauran el culto al agua (Chalchiuhtlicue y Tlaloc), elementos ya venerados por los viejos Olmecas (quienes, a decir de Chimalpahin, provocaban la lluvia a su voluntad).
Es pertinente comentar que esta región sigue siendo rica en humedales, cerros y bosques que bajan de los volcanes considerados sagrados. Si en la actualidad son frecuentes las neblinas, las granizadas, trombas y nevadas, cómo serían de intensas en esos tiempos. En los cuales, también abundaban las fieras como el ocelot. Actualmente solo sobrevive al gato montés, como ejemplo del hábitat boscoso.
Como muestra, unas líneas de la Séptima Relación;
“Año 13-Caña, 1583. En el mes de junio ocurrió algo de maravilla con el Sancto Sepulcro de las rocas Texcalco en la cumbre del monte Amaqueme, lugar que nombraban antiguamente Chalchiuhmomoztli (Ritos indígenas a la deidad Chalchiuhtlique) pues como se sabe, en ese lugar estaba una imagen a Chalchiuhtlique, y ahí mero fue donde pusieron una imagen de Cristo recostado en una caja de piedra, en el mismo lugar donde hacia sus penitencias aquel del piadoso sancto Fray Martín de Valencia,…”
Actualmente hay dos templos en la cumbre del cerro, el Sacromonte, adosado a la cueva. Y en la cima el de Gualupita, más antiguo. Al lado de éste aún se conserva un antiguo pozo, quizás el legendario Chalchihumomoztli. Además, en la portada de este templo se encuentra inserta una piedra con el glifo chalchihuite. ¿Será acaso, que ellos son la reminiscencia de los cultos más importantes de Olmecas y Chichimecas-Toltecas?
El Señor del Sacromonte, un Cristo negro y amortajado en su sepulcro
Como se mencionó antes, Sacromonte y su romería del primer viernes de cuaresma, se menciona para fines del siglo XVI, aunque las leyendas populares y una inscripción a la entrada de la cueva principal del cerro ostentan la fecha de 1527, esto es, cuatro años antes que el registro de las apariciones Guadalupanas (1531), misma fecha de los sucesos de Sangremal en Querétaro (la aparición de la Cruz de Los Milagros) y más de diez años antes de la conmovedora llegada del Cristo de Chalma a sus barrancas, ríos y cuevas. (1539)
La imagen fue hecha de pasta de caña, por lo cual resulta muy ligero, casi es de tamaño natural y se le mueven la cabeza y los brazos. Usa una cabellera verdadera sujeta por una tiara o diadema. No se sabe si desde el principio fue negro, mas se infiere que pudo tomar este color por la costumbre de los amaquemes, de limpiarlo constantemente con aceites y perfumes, que al paso de los siglos le dio ese acabado. Usa cendal y una colcha finamente acabados, antiguamente también mortajas y vendajes, bajo su colchoneta no falta nunca un pequeño petate. Se le llama también Santo Entierro o Señor de Amecameca.
Una de dichas leyendas fija la llegada de la imagen un jueves de corpus, conocido hoy, como “el día de las mulitas” y “el carnaval chiquito” en Amecameca. La imagen llega precisamente cargada por una mula, en una recua perdida en el, entonces tupido bosque del cerro. Aunque muchos sugieren que Fray Martín de Valencia pudo haber colocado la imagen. Un antiguo canto narra el hecho así; “Mil quinientos veintisiete/ así lo dispuso Dios/ que a fray Martín de Valencia/ se le apareciera el Señor.” En cuanto a este punto de los cantos, se sabe que son precisamente los alabados al Señor del Sacromonte, los que pudieran tener mayor antigüedad. Incluso, el que empieza Alabadas sean las horas…, se canta en muchas regiones de México y es conocido simplemente como “el alabado”.
Lo cierto es que, según Chimalpahin, fueron las caciques herederos del antiguo Amaquemecan, quienes, junto con el párroco de la Asunción, colocan la imagen en una caja de piedra que ellos mandan tallar e inician las procesiones desde la gruta hasta la parroquia en el primer viernes de cuaresma, sólo tiempo después se cambiaría al día Miércoles de Ceniza “el día de la tiznada”. Desde esos años datan las bajadas nocturnas alumbradas por antorchas, cirios y luego, faroles. Acompañadas por el toque del teponaztle, que hasta fechas muy recientes ha sido desplazado.

Sacromontito, un santo muy “fiestero”
Cuatro domingos antes del Miércoles de Ceniza comienzan las “misas de carnaval”, cada uno de estos domingos suben al cerro las cofradías de Faroleros, Asociación de María, Trementineros y Campesinos, los cuales, con sus respectivos estandartes y “demanditas” (Pequeñas reproducciones de la imagen), ofrecen salvas, misa y música de Chirimía. Por las noches el contorno del cerrito queda alumbrado por lámparas de aceite quemado sobre altas estacas de madera, como quizás se le alumbró con resinas, desde el siglo XVI.
Los días de las vísperas llegan las peregrinaciones de los pueblos cercanos, ahora delegaciones, que en la antigüedad eran “señoríos” sujetos de Amaquemecan. Llegan también los pueblos “ribereños”, claro de los lagos ya disecados, pero que guardan una relación de linaje y de compañía en las peregrinaciones originarias, con los amaquemes, me refiero a pueblos como los de Mixquic, Tlahuac, Xochiumilco, Chimalhuacan, etc.
El “Miércoles de Ceniza”, la imagen es bajada, principalmente por los visitantes, que han llegado en peregrinación para ese fin, y recorre solamente los barrios de la parte sur del actual Amecameca, a saber, Barrio Sacromonte, Tepoyo (Santo Domingo), El torito, Atenco (la Rosa o San Isidro), San Juan, El Rosario y la Parroquia de la Asunción, la peregrinación es nocturna y predomina en ella el adorno de papel morado.
La imagen ha de permanecer entre los amquemes durante toda la cuaresma y hasta una semana después del Domingo de Resurrección, cuando es subido por la otra parte del poblado (norte): La asunción, el Rosario, Cristo Rey, Caltenco, Panohaya, El Caracol y nuevamente Sacromonte, Esta vez es llevado por la noche para que llegue a su cueva por la madrugada, lo llevan los pobladores de Amecameca y predominan los adornos de papel en blanco y amarillo. En ambas procesiones hay salvas y castillos en casi todos los barrios, tapetes de aserrín, música, cantos y danzas que celebran el camino por donde es llevada la imagen.
Aparte de los significados religiosos y tradicionales, es evidente que estas procesiones tienen un rasgo eminentemente territorial y cada barrio pugna por no ser excluido del recorrido, es así como los antiguos señoríos siguen viniendo a presentar sus reverencias a la imagen. De alguna manera, cada barrio actual, recuerda alguna de esas tribus antiguas que conformaron en diferentes tiempos esta población al pie de los volcanes.
Durante este período en el pueblo, Sacromonte visita San Juan y a veces Cristo Rey, El Rosario o Panohaya, habitualmente se le entonan, por las noches, una serie de alabados, cantos que narran las vicisitudes de la pasión y que en sus coros llevan invariablemente la palabra “alabar”. Hasta hace muy poco tiempo la imagen era crucificada el viernes santo, y con ella sobre la cruz, era bendecido el pueblo, en la actualidad esto ha dejado de realizarse, pues la imagen se encuentra ya muy deteriorada. Ver “El ciclo de ferias de cuaresma en la región de Morelos”, de Guillermo Bonfil Batalla
Viene después el jueves de Corpus. Donde se conmemora la aparición, El pueblo de San Lorenzo Tezonco, viene a festejarlo y para ello trae toda la fiesta desde su lugar de origen. Como ya se dijo antes, en Amecameca se le llama a esta celebración “el carnaval chiquito”.
Ocasionalmente. Cuando es necesario, cuando no quiere llover, o cuando hay mucha actividad volcánica, los amaquemes bajan y pasean a su imagen, a su paso siempre ofrecen confeti y pétalos de flor, invariablemente cae la llovizna y luego los temporales y hay relativa calma en el volcán.
Se han acabado las mayordomías y los cargos tradicionales. (A excepción de los que sobreviven al interior de las organizaciones de danza). Mas hay noticias que hasta principios del siglo XX, en el Sacromonte, se realizaban los cambios de bastón o varas de mando, los días primeros de enero, ceremonia que designaba a las próximas autoridades tradicionales y mandos del poblado y de poblaciones aledañas. Ahora, en este día sólo queda la ejecución de algunas danzas y contradanzas, que evocan aquellos días gloriosos, cuando nuestros representantes aún tenían palabra y mando.
Las historias de doña Balvina
Doña Balvina Galicia Hernández, de Atenco, murió hace poco tiempo. La conocí porque una de sus hijas y una de sus nietas danzaron en la Mesa de Amecameca. Ella vivió varias décadas en el santuario del Sacromonte, su esposo y toda la familia trabajaron en la sacristía del cerro hasta la llegada de las madres franciscanas, quienes ahora construyeron su convento en el barrio de Caltenco.
Doña Balvina vivió una bellísima relación con la imagen y con lo sagrado del lugar. Yo grabé algunas entrevistas con ella, principalmente acerca de las cosas que vivieron durante su estancia en el santuario. Me contó, que a su parecer, la imagen tenía vida propia, al limpiarla cotidianamente, hallaba la urna sudada y cuando llovía, tenía su ropa o las propias rodillas llenas de lodo y en el interior de la misma, fragmentos de las hierbas del cerro. Ella entonces lo reprendía dulcemente ¿Por qué te andas saliendo en los aguaceros?
Me conmueve, sobre todas, la historia de unos campesinos de tierra caliente, que nunca habían venido a estos lugares, pero que llegaron preguntando el sitio de la imagen. Al llegar a la cueva dijeron que sí, que esa era la imagen que habían soñado y en el sueño, él se mostraba con unas ropas viejas, les pedía el favor de que le regalaran un poco de ropa pues casi no tenía. Una vez que se fueron, ya con las medidas y la promesa de traerle ropa nueva antes de su fiesta. Doña Balvina se pone frente a él y le pregunta ¿Por qué anda yendo a pedir ropa, tan lejos? Como si no tuviera. Le enseñaba, entonces, las antiguas cómodas llenas de trajes bordados con hilos y piedras preciosas, ¡Mire cuánta ropa tiene!
Contaba también, entre otras historias, de cómo llegó el teponaxtle y por que se decía que estaba encantado, o embrujado, por lo cual se había vuelto negro y que cuando se tocaba, su “tocotin” se oía hasta el otro lado de los volcanes.
Los honores de la danza
Para la organización de las danzas prehispánicas del centro de México, Sacromonte es su primer viento. Popularmente conocidos como concheros, para nosotros, los danzantes, organizados en Mesas, Amecameca es el primero de los cuatro vientos, cuatro santuarios, cuatro marchas de “obligación y de conquista” que se deben cumplir cada ciclo anual.
Una revisión panorámica de los conocimientos capitulares del Anáhuac, nos permite saber por lo menos que, el año prehispánico, el comienzo de las siembras (ciclo agrícola), por ende el inicio de las festividades rituales tradicionales, y cambios estacionales, ocurren, entre otras cosas, en fechas próximas a la celebración de Amecameca.
Bonfil, en el trabajo antes citado, había advertido que es en Amecameca donde “cae” la fiesta del primer viernes de cuaresma, comienza el ciclo de las grandes ferias de la región, las cuales abarcan el sur del Estado de México y algunos municipios del Estado de Morelos; Las fiestas son, en adelante los viernes; 1º Amecameca (Sr. del Sacromonte), 2º Cuautla (Sr. del Pueblo), 3º Tepalcingo (Sr. de los Trabajos), 4º Atlatlahhucan (Sr, de Tepalcingo, Jesús Nazareno), 5º Totolapan, (Sr. Aparecido), también Axochiapan, 6º Viernes de Dolores, 7º Viernes Santo (ambos celebrados en muchas localidades) y 8º, octava de semana santa, nuevamente en Amecameca. Debe tonarse en cuenta que, según Chimalpahin, el antiguo señorío Chalco-Anaquenecan comprendía una extensa región de lo que ahora es México, Puebla y Morelos. Todas estas festividades son en honor a Cristos aparecidos, a excepción de la virgen de Los Dolores. Estos cristos aparecidos o milagrosos no son los patronos “oficiales” de su pueblos, pero sus fiestas tienen más realce que la patronal, lo cual evidencia su antigüedad y su cercana relación con las celebraciones prehispánicas.
Así tenemos que este “ciclo de ferias” inicia y termina en este primer viento, un collar de celebraciones que inician y finalizan en el mismo lugar; el antiguo cerro Amaqueme. Dentro de las costumbres de los danzantes concheros de la región nunca ha pasada desapercibida dicha festividad, pero sí para la organización en general. Después de la revolución de 1910 y de la “Cristiada” 1926-1929, muchas de las organizaciones dejaron de venir, sustituyendo esta marcha por la visita al Señor de la Cuevita, de Iztapalapa, pues también es un Santo Entierro colocado en el interior de una gruta.
Faustino Rodríguez, jefe de Tepetlixpa no dejó nunca de venir, acompañado por los grupos que poco a poco iba formando, ellos velaban al pie del cerro donde se dice Santa Elena, subían a hacer mañanitas y danzaban entre los estrechos espacios que dejaba el panteón, de ese entonces, afueras de la cueva, hasta que haciéndose casi imposible la realización de la danza, por la afluencia de creyentes que subían el Miércoles de Ceniza, decidió, en 1987, realizar los ritos respectivos, en la Parroquia de la Asunción. El recordaba uno o dos viejos danzantes de Amecameca de por los años 1930 o 1940, sin embargo hubo poco interés en la comunidad. Hasta los años ochenta se consolida una Mesa, que, a la postre, sería la última fundada por tan célebre maestro de las danzas y la cultura antigua. No obstante, es el mismo Chimalpahin, quien registra la relevancia que tuvo Amaquemecan en el ámbito de la danza, el canto y las artes antes de la llegada de los españoles. (Ver en particular, la historia del canto “La enemiga”, Canto de las mujeres guerreras Chalcas):
Florencio Gutiérrez recordaba que sus ancestros venían a velar justo después de la primera curva en la calzada de piedra que sube a la cumbre del cerro. Aún se conservan fragmentos de un paredón donde efectuaban sus ritos estos Chcihimecas de la Reliquia General.
En la actualidad existen varios grupos oriundos y algunos que, como antaño, han venido de otros lugares a “conquistar y fijar su asiento en Amecameca”, lo que se traduce en un esplendoroso mosaico de ofrendas de canto, danzas y flores para el Señor del Sacromonte.
Las condiciones actuales de la imagen
Finalmente es pertinente comentar que la imagen bendita y venerada durante ya casi cinco siglos, requiere ser restaurada, por lo menos en algunas de sus partes, para ello se requiere la participación de la autoridades religiosas, del INAH y de los sectores del pueblo interesados en su conservación. Ojalá el amor hacia tan grande emblema, pudiera también, manifestarse así.
Hace cuatro o cinco años tuve la fortuna de estar presente al momento del cambio de ropas de la imagen, casi cada año me presento a cantarle al Señor durante algunos días de su estancia en el pueblo, en verdad se enternece uno tanto que las lágrimas brotan de dicha y felicidad, fue entonces cuando experimentando tales sensaciones, me nació la duda de por qué no hacemos un poquito por él.
Febrero de 2012
Gabriel Hernández Ramos
Lic. en Letras Latinoamericanas Capitán de la Mesa del Señor del Sacromonte de Amecameca