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El camino a Chalma.

José Antonio Cruz Tlacuilo

Se miran las columnas de gentes que bajan de las pendientes, que se inclinan sofocados cuando ascienden lentamente los cerros. Risueños los muchachos, con la infaltable grabadora al hombro. Vienen de todos los rincones de la ciudad, principalmente de los antiguos pueblos: Milpa Alta, Iztapalapa, Tlalpan, Tlahuac, Xochimilco. Muchos de ellos con un cristo negro como cruz de penitencias. Algunos vienen tronando cuetes; otros solemnemente rezando. El camino está claramente señalado tanto por marcaciones en los árboles, como por la basura que van sembrando los peregrinos, aún así es muy frecuente perderse; se distrae uno y cuando se da cuenta ya no hay basura, ni se oyen las grabadoras con sus sonidos hards cómo  The Doors, tampoco se ven las señoras a la orilla del camino jalando aire; es definitivo entonces que se ha desviado del camino.

En la mente de muchos la imagen preciada del Cristo Negro los va guiando aún sobre la pena del cansancio, de las ampollas, del frío, del calor. Muchos mantienen vivos e incluso exacerbados sus vicios y sus hábitos, por tanto, el robo, el alcohol, la marihuana, el activo… son frecuentes. Estas peregrinaciones se realizan el miércoles de ceniza, semana santa o la semana de la subida de las cruces en Chalma. Frecuentemente vemos estas peregrinaciones por los costados de las carreteras que van a Chalma; pero en medio de las serranías del Ajusco, en medio del bosque, de menos resulta curioso.

*

Salimos de madrugada de la ciudad. Hubimos de levantarnos temprano, aún sin clarear. Echamos al hombro la maleta. El sueño se nos colgaba de los parpados. Nos bebimos el calor del café, nos persignamos luego de cantar una alabanza al Señor. Medimos nuestros pasos y los acoplamos para andar sin mucha dificultad por las calles que suben hacía el Ajusco. La subida era agotadora. Empezaban con algo de dificultad los pensamientos pesimistas a instalarse en nuestras cabezas.

“¡Apenas empezamos y ya me estoy cansando!” “¿Cuántas horas faltan para llegar hasta el arriba?”

Seguimos caminado y los pensamientos empiezan a tomar sonido, comienzan las preguntas:

“¿Falta mucho?”  “¿Dónde vamos a descansar?”

En San Miguel hicimos una parada para comer, los primeros resultados del sacrificio se manifiestan: cansancio, incipientes ampollas, sofocación etc. emprendemos de nuevo el camino y como a las tres de la tarde llegamos a la parte más alta de nuestra ruta, desde ahí miramos al fondo el valle de México, con su enorme secuencia de construcciones y edificios que a lo lejos parecen un tapete de colores grises. De nuevo descansamos. Las maletas ya subieron de peso aún a pesar de que nos comimos parte de su carga; las cobijas o el sliping se ensanchan. El frío cala hondo y la humedad  le da más fuerza. Pero con el esfuerzo se suda y luego si se quita uno la chamarra da frío, si se la pone lo sofoca el esfuerzo. Vimos las siluetas escurrirse por en medio de la sombra de los árboles, los cantos se alargaron y las risas se fueron corriendo…

Nos vimos en medio de la oscuridad, solos, almas sin cuerpo, cuerpo sin alma.

-¿Para donde van sus cansados pies?- nos preguntó un señor que nos encontramos en el camino. Llevaba en los hombros un pequeño tercio de leña y a su izquierda le acompañaba un perro pulguiento y flaco-.

-Se llama Lucas- nos dijo el hombre.

-Vamos para Chalma.

-Chalma está lejos.

Viró con dificultad el cuerpo y levantó el índice.

-Es para allá. ¿Andan perdidos?

En realidad no sabíamos si andábamos perdidos, apenas comenzábamos a sospecharlo, pero al ver al hombre, supimos que sí.

-Parece que nos desviamos del camino.

-¿Cuál camino?- nos preguntó.

-El que va para Chalma respondimos.

Él asomó una leve sonrisa y el perro echó un ladrido.

-Cualquier camino lleva a Chalma- nos dijo- lo que pasa es que unos son más difíciles, otros son más angostos, algunos más son largos. En unos hay basura en otros hay flores, aquí no hay caminos con espinas, pero sí llenos de ramas. ¿Ya se preguntaron cuál es su camino? Si se salieron del camino por el que suelen ir los peregrinos quédense quietos un rato y pregúntense, cual es su camino. Mi camino es por allá

Nos dijo y se siguió, ni tiempo nos dio de preguntar como encontrar el camino por la rapidez y la sorpresa.  ¡Sopas! Tener que solucionar problemas existenciales en medio del bosque cayendo la tarde, entrando la noche.

Juan dijo:

-Hagamos caso al viejo y descubramos otro camino, así, cuando alguien nos pregunte si nos perdimos le decimos que anduvimos abriendo un camino nuevo.

Luisa aportó:

-¡Aquí hay que descansar mejor! Nos dormimos y mañana vemos.

-Julio propuso seguir un rato caminando y luego si no encontrásemos el camino descansar.

La propuesta de Julio tomó viabilidad y le hicimos caso.

Luego de caminar en la tarde y oscureciendo, nos comenzamos a poner nerviosos y Melquíades  de plano se encabronó.

-¡Chingada Madre! ¿Dónde está el camino?

Yo sin recapacitar en el riesgo hice un comentario desatinado.

El camino se hace al andar…

Esto lo puso más de malas me tocó sufrir de su cólera. Empezó a generarse una lucha de “vibras” entre él y yo, él a meterlos en la dinámica de la desesperación y la repartición de culpas; y yo, en realidad yo no tenía cabeza para ninguna estrategia, demasiadas cosas  entraban y salían de mi mente, muchos diálogos dentro de mí. Los que conmigo se aliaban era por circunstancias propias del camino y por las características de humor de los chavos.

El Culebrilla traía una pinche cuerdota; subía rápido y veía los cerros; oía. Regresaba y nos preguntaba que si escuchábamos los cuetes, que ya estábamos próximos al camino, que si vieron una botella desechable de agua vacía, que estábamos cerca del camino… Melquíades  en tanto conspiraba contra mí, pensaba que yo tenía la culpa de que nos saliéramos del camino; y quizás sí, pues yo venía de bocón contando historias de mi abuelo y fue es esos momentos que nos salimos del camino. Pero en mis adentros yo tenía tranquilidad, aunque de repente sus comentarios, sus: les dije; sus: si hubiéramos, ya me estaban fastidiando. En unas de esas me adelanté y me fui al frente con el Culebrilla para salirme un poco de la mala onda del  Melquíades. Fuimos platicando de tonterías, creo que nuestra plática giró en torno al Chavo del Ocho y sus estupideces.

            Antes que la ya menguada luz del sol se apagara en su totalidad, el Culebrilla me dijo.

            -¿Oyes?

            -…

            Apenas era perceptible, pero definitivamente eran cantos. Por lo lejanos y su acento al principio no distinguimos que eran alabanzas de los demás danzantes. A lo lejos y por su tono doloroso y lento me parecieron cantos como de tribus arcaicas. Les miré a lo lejos, traían veladoras encendidas  e iban formados. Era bella la metáfora. Mi imaginación se fue con el acento de sus cantos. Y en ese momento justo al llegar las tinieblas al morir la tarde, entró como a mi alma una vieja con un quinqué y me dijo: “vámonos mi’ jo”.

            Justo llegaban los demás y los esperamos. Venían dispuestos a exiliarme, lo supuse, y antes que me lo dijeran y antes que se dieran cuenta de que encontramos el camino chalmero les dije.

            -Ya, ya me voy. Mi camino es…

            La vieja puso sus manos alrededor de mi alma como si me cubriera con un halo.

            El Culebrilla me ayudó.

            -Su camino es… la perdición, por habernos perdido.

            Y los dos por la ocurrencia nos reímos. Claro esto encorajino más a Melquíades.

            Sentí el mal humor de Melquíades pero yo estaba tranquilo. Estaba a punto de golpearme justo cuando él y los demás apenas se dieron cuenta que estaban en el camino, olvidaron todo. Sin embargo el Culebrilla y yo en un descuido de ellos, nos salimos de nuevo del camino y nos adentramos en el bosque…

            Pasamos una noche mala; tuvimos frío, nos llovió, nos dio miedo. Dormimos un poco en un claro del bosque y la luna nos dio una tenue luz. En la mañana caminamos de nuevo. Vimos una carretera y la señal de que siguiéndola llegaríamos a Santa Martha, sin embargo el Culebrilla me jaló y nos volvimos a meter al bosque -ya le había gustado-.

               Estuvo cabrón, las montañas eran altas y llenas de matorrales. Luego de mucho camino vimos la bajada y le dije al Culebrilla.

            -Esta bajada o nos lleva a Chalma o Cuernavaca o a la mejor y llegamos a Topilejo.

            Caminamos un par de horas y ya de nuevo atardecía. Casi al entrar la noche encontramos de nuevo camino. Era la carretera. Iban hartas peregrinaciones, nos metimos en medio de una y caminamos con ellos los últimos kilómetros. Íbamos muy chingados, el rengueaba y yo ampollado y cansado, con diarrea por tomar agua sucia en el camino. Doblamos una curva y enfrente apareció la imagen bella de una niña que con ambas manos alzaba una corona con el ademán de querer ponérmela en la cabeza. Agaché mi cuerpo e incliné mi cabeza; mis ojos se posaron sobre la finura de la pobreza de sus pies descalzos. Deposité en sus manos una moneda de 10 pesos. Estábamos en el Ahuehuete.

            -De aquí a Chalma falta un suspiro- dijo el Culebrilla.  

            -Pero estoy que me ahogo- lo contradije.

Aquí, sería por que ya había ido tantas veces a Chalma caminando, que sentí que se abría el corazón de la penitencia y se llenaba el alma con la presencia espiritual del Padre, que el último tramo sentí su acompañamiento hasta el atrio. Como si su fuerza espiritual saliera del  santuario para recibir al peregrino. 

            Entramos a Chalma como a las diez de la noche y en el atrio, llegando vimos a Melquíades y los demás que ya bañados y descansados, sonrientes, nos vieron llegar. Disimulé mi mirada y pensé un clásico: “El hubiera no existe”.

Tomado de La Misión del Espinal

AQUELLA NOCHE.

Por Brenda Lili «Xochiocelotl».

Aquella noche, no era una noche cualquiera. Era obscura como ninguna, sin estrellas y sin luna. En el atrio de la Iglesia de Chalma, cientos de mandolinas y conchas engalanaban el silencio, trinando y tocando alabados, cantos de pasión y devoción a la Santísima Cruz.
Al cielo no le hacían falta nubes; el humo del copal emanado en carbones ardientes, tan rojos como la sangre, superaba la belleza de cualquier cuerpo celestial. Humo cargando rezo, nubes de súplicas y oraciones saliendo del centro del sahumerio.
Así encontré a ese hombre, enfundado en traje de danzante azteca color azul, descalzo y luciendo una corona con grandes plumas de guacamaya, todas ellas en armonía para el atuendo dignamente portado. Su danza se perdía entre lágrimas de penitentes que recién entraban de rodillas hasta los pies de la puerta principal. Sus bellos y redondos ojos negros miraban a todos ellos, como si acaso también fueran portadores de esa devoción y agradecimiento, del sufrimiento y la dicha.
La iglesia entera rebosaba de gente, casas improvisadas de plástico y cartón, camas a ras de piso, anafres llenos de comida, pies descalzos, danzantes ricamente emplumados, deslumbrantes en color, símbolos y formas. Peregrinos del norte y del sur, ríos y ríos de personas. Era un ir y venir de almas glorificadas y pecadoras. Un ir y venir de vida y de muerte.

El hombre de hechizo que miraba enamorada entonaba un canto. No podía más que mirarlo. Mi cuerpo también portaba atuendo de danza y en mis tobillos sonaban los melódicos cascabeles por cada paso dado y danzado.
Era de madrugada, una cálida y ferviente madrugada de junio.
Lejos de él, pude escuchar los acordes de su voz y mandolina dando gracias por la vida. Quería abrazarlo, sudar su piel, vivir a su lado todas las eternidades.
Absorta en el pensamiento, pidieron la siguiente danza. Una suave brisa acompañó el baile de todos. Comencé a danzar como hacía mucho no lo hacía: alegre, apasionada y amorosa.

A la Iglesia de Chalma pronto la invadió un amor oloroso y perfumado en copal… y con mi rostro erigido hacia la lluvia, lancé palabras de dulzura, al ritmo del Huehuetl y hasta el sagrado altar.

Brenda Lili «Xochiocelotl».

TOMADO DE https://twitter.com/chalma/status/1232895648099266565?lang=fi

CHALMA SEGUNDO VIENTO

Ensayo, relatos, anécdotas, cuentos, poesía, gráfica y fotografía.

Se invita a escritores y danzantes que quieran participar, publicando en nuestro sitio web: rostroycorazon.com. La recepción de trabajos se abre a partir de la publicación de esta convocatoria y cierra la primera semana del mes de junio. manda tu texto o gráfico a tlacuilantonio@hotmail.com.