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El sahumerio en la danza


Les invitamos a participar en el compilado de ensayo, saberes,  reflexiones y mariales poéticos y gráficos sobre el fuego/sahumerio, dentro de la danza de concheros, chichimeca, azteca, de conquista y en su vertiente de danza de mexicanidad.

Bases.

1. La presente convocatoria se abre a partir de la publicación de esta convocatoria y hasta el próximo 26 de julio de 2023.

2. la extensión de los textos no deberá exceder a las 20 cuartillas tamaño carta, en letra Arial a 12 puntos y a interlineado de 1.5

3. las obras gráficas en formato jpg. Con un mínimo de resolución de 1 mega

4. Los trabajos deberán ser enviados a el siguiente correo electrónico tlacuilantonio@hotmail.com

5. Las obras seleccionadas serán editadas en formato de libro, con un tiraje mínimo de 50 ejemplares y un máximo de 500, en el sello editorial de Rostro y corazón, todas las obras podrán ser publicadas a través de nuestro sitio web: rostroycorazon.com. 

6. A cada autor se le dará mínimo un ejemplar, dependiendo la cantidad de autores y llegando hasta un 15% del tiraje(5% más que las regalías promedio de cualquier casa editorial). El autor tiene el derecho a un precio de mayoreo si desea ejemplares adicionales (entre un 50 y 70% del precio de venta).

7. si no se reciben un número adecuado de material no se editara el libro o la edición se postergara a hasta tener los materiales suficientes. 
 Sugerimos registrar sus obras, los derechos intelectuales son propiedad de los autores.

La advertencia de Sahagún.

Una controversia sobre la adoración de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac.

Lic. Canek Estrada Peña, Danza azteca del Sr. Xiuhtecuhtli, C.U.

Ahora que estamos próximos a la fecha en que los mexicanos en general- y con especial fervor los danzantes de tradición- veneramos a la Virgen de Guadalupe, me gustaría retomar un texto que, a pesar de ser ampliamente conocido y citado con frecuencia, no deja de invitar a la reflexión y al replanteamiento de nuestra espiritualidad dentro de la danza.

Nosotros en la actualidad asistimos al pie del cerro del Tepeyac con la certeza de que este es el santuario de la Virgen María en su advocación Guadalupana, y los creyentes de la fe católica están convencidos de que la Iglesia Católica reconoce y aprueba estas manifestaciones de fe de manera “oficial”. Incluso, es un bastión importante para la propagación de la fe no sólo para México, sino para toda América Latina (y de ahí una de tantas razones por la cual se dieron las visitas papales, así como la presión en las altas esferas de la institución para la canonización de Juan Diego).

Esto no siempre fue así. El cerro del Tepeyac fue tema de desacuerdos y controversias entre los frailes evangelizadores que arribaron después de concluida la guerra de conquista en Tenochtitlan.  Los textos que se conservan que relatan la aparición de la Reina de México en este cerro (de entre los cuales destaca el llamado Nican Mopohua…, redactado alrededor de 1556) son explícitos al señalar que este lugar fue donde se dieron las cuatro apariciones, y que la razón de estas era el dar el mensaje al obispo Zumárraga de que era su voluntad que se le hiciese un templo en este mismo lugar. Pero el hecho de que el ya mencionado Nican Mopohua haya sido publicado en letras de imprenta junto con otros textos guadalupanos que conforman una obra llamada Huey Tlamahuizoltica… hasta el año de 1649 no es casual. Es en este tiempo cuando comienza el auge del culto a esta advocación de la Virgen, pues antes de esta época, se trataba de un culto reservado sobre todo a los indígenas y no era muy popular entre los españoles criollos. 

En el siglo XVI, el fervoroso culto que recibía la Guadalupana era objeto de sospechas y suspicacias entre algunas personalidades de la conquista espiritual venidas de España. Uno de ellos fue el conocido Fray Bernanrdino de Sahagún, quien entre 1540 a 1585 recopiló por medio de sus informantes la obra más exhaustiva de la época acerca de la vida y las costumbres de los nahuas del centro de México, Historia general de las cosas de Nueva España. Esta obra monumental tenía la función original de ser una especie de manual para los evangelizadores a fin de que pudieran identificar las “idolatrías” entre los naturales, y de esta manera combatirlas más eficazmente. Si bien no podemos (ni debemos) negar el valor de carácter enciclopédico y erudito de dicho compendio de aspectos muy variados de la vida de nuestros ancestros, tampoco podemos perder de vista sus motivaciones.

Respecto de las ceremonias que se celebraban en la Villa, hace referencia en el libro XI, capítulo XII, en el cual hay una nota que dice:

 Habiendo tratado las fuentes, aguas y montes, parecióme lugar oportuno para tratar las idolatrías principales antiguas que se hacían y aún se hacen en las aguas y los montes…

…Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde se solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lexas tierras. El uno déstos es que aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeácac, y los españoles llámanle Tepeaquilla, y agora se llama Nuestra Señora se Guadalope. En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, que la llamaban Tonanzin, que quiere decir “nuestra madre”. Allí hacían muchos sacrificios a honra desta diosa. Y venían ellos de más de veinte leguas de todas estas comarcas de México y traían muchas ofrendas. Venían hombres y mujeres y mozos y mozas a estas fiestas. Era grande concurso de gente estos días, y todos decían: “vamos a la fiesta de Tonanzin”. Y agora que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalope, también la llaman Tonanzin, tomada ocasión de los predicadores que a nuestra señora la madre de Dios llaman Tonanzin. De donde haya nacido esta fundación desta Tonanzin no se sabe de cierto; pero esto sabemos cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonanzin antigua, y es cosa que se debería remediar, porque el propio nombre de la madre de Dios, Sancta María, no es Tonanzin, sino Dios inantzin. Parece esta invención satánica para paliar la idolatría debaxo equivocación deste nombre Tonanzin.

Y vienen agora a visitar a esta Tonanzin de muy lexos, tan lexos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no va a ellas, y vienen de lexos tierras a esta Tonanzin, como antiguamente…

A continuación, explica que en esos años hubo dos casos similares que llamaron su atención: el de la imagen de Sta. Ana en el convento de Sn Francisco en Tlaxcala, en donde decía que los naturales adoraban a Toci; la relación que aquí encuentra es que Toci significa “nuestra abuela”, y Sta. Ana fue la abuela de Jesus. El otro caso es el de la imagen de Sn Juan Bautista de Tianquizmanalco, que estaba en el pueblo de Calpa, al pie de los volcanes, de quien menciona que servía como pretexto para adorar a Tezcatlipoca en su advocación de Tepuchtli; ya que se decía que Juan Evangelista murió virgen, y por eso le decían “San Juan Tepuchtli”. Termina esta nota diciendo:

Y la devoción que esta gente tomó antiguamente de venir a visitar estos lugares, es que como estos montes señalados en producir de sí nubes que llueven por ciertas partes continuamente, las gentes que residen en aquellas tierras donde riegan estas nubes que se forman en estas sierras advertiendo que aquel beneficio de la pluvia les viene de aquellos montes, tuviéronse por obligados de ir a visitar aquellos lugares hacer gracias a  aquella divinidad que allí residía, que enviaba el agua, y llevar sus ofrendas en agradecimiento del beneficio que de allí recibían. Y ansí los moradores de aquellas tierras que eran regadas con las nubes de aquellos montes, persuadidos o amonestados del Demonio o de sus sátrapas, tomaron por costumbre y devoción de venir a visitar aquellos montes cada año en la fiesta que allí estaba dedicada, en México, en la fiesta de Cihuacóatl, que también la llaman Tonanzin; en Tlaxcalla, en la fiesta de Toci, en Tianquizmanalco, en la fiesta de Tezcatlipuca. Y porque esta costumbre no la perdiesen los pueblos que gozaban della, persuadieron a aquellas provincias que veniesen como solían, porque ya tenían Tonanzin ya Toci y al Tepulchtli que exteriormente suena, o les ha hecho sonar a Sancta  María y a Sanctana y a San Juan Evangelista o Babtista, y en lo interior la gente popular que allí viene está claro que no es sino lo antiguo, y a la secuela de lo antiguo vienen. Y no es mi parecer que les empidan la venida ni la ofrenda; pero es mi parecer que los desengañen del engaño de que padecen, dándolos a entender en aquellos días que allí vienen la falsidad antigua, y que no es aquello conforme a lo antiguo.

De esta manera, el padre franciscano advierte a los demás propagadores de la fe católica acerca de que las peregrinaciones y fiestas a las que asistían lo indígenas en estos lugares eran motivadas por las costumbres y la cosmovisión que tenían de antaño, y no por una verdadera devoción hacia la religión impuesta por los españoles. En su opinión la adoración a la Virgen de Guadalupe se podía hacer desde cualquier iglesia, y que no era necesario venir hasta el cerro del Tepeyac, incluso desde lugares distantes, como ocurría en su época; pues esta práctica obedecía con mucha seguridad a la continuidad de las ceremonias agrícolas con las que se agradecía a los cerros el haber dado la lluvia y por ende las cosechas necesarias para la subsistencia de estos pueblos. 

Aunque concluye con mucha cautela que no está en contra de que se sigan visitando estos lugares, indirectamente lanza la acusación de que estas fiestas son motivadas por el Diablo y por sus sátrapas, más que a Virgen o los santos. Esto nos evidencia algunas cosas dignas de notarse: en primer lugar, que fueron los mismos indígenas los que integraron a los santos dentro de su cosmovisión y a las prácticas rituales que conservaban de antaño con referencia al ciclo agrícola del cual subsistían, y que la sustitución de símbolos religiosos en poco transformó el sustrato realmente importante del pensamiento antiguo. En segundo lugar, este texto da a entender que cierto sector clerical no estaba convencido del “milagro” que había efectuado la Virgen; pues a pesar de que habían pasado más de cinco décadas desde las supuestas apariciones, todavía levantaban sospechas sobre si las celebraciones hechas en La Villa de Guadalupe obedecían a una “idolatría” y no a una celebración cristiana.

El fervor con el que se adoró a esta advocación de María dentro del catolicismo “oficial” se daría muchos años después, cuando esta se convirtió en un símbolo de identidad para los habitantes de la Nueva España primero, y después entre los que abrazaron la idea de una patria mexicana emancipada. Hoy día queda poco recuerdo de su papel como dadora de los beneficios de la tierra entre los sectores urbanizados y desmemoriados que ya no tienen el trabajo de la milpa como actividad de subsistencia, e incluso su imagen es enarbolada por aquellos grupos católicos extremistas que combaten derechos civiles como la diversidad sexual o la libre elección de las mujeres sobre su cuerpo, sectores de la ultraderecha reaccionaria, entre otros similares. Pero vive en el recuerdo de las comunidades indígenas de nuestro país su papel primordial como la Santa Tierra, la Diosa Madre, como se quiera llamar: wixarikas, nahuas, otomíes, etc; para todo ellos La Villa es un lugar sagrado, y la Virgen ocupa un papel fundamental en sus historias sagradas. Los danzantes de tradición hoy día asistimos a La Villa y poseemos la imagen de la Guadalupana en nuestros altares, pero a veces algunos olvidan la visión del mundo que tenían nuestros ancestros que nos heredaron estas costumbres, y no hablo de los prehispánicos precisamente, sino de aquellos que incluso no están más distantes de nosotros más de dos generaciones y que practicaban aún muchas costumbres de la gente antigua, y que hoy repetimos a veces de manera mecánica en nuestras velaciones. Nuestros compadres, a veces en su afán de mostrarse muy “católicos” se manifiestan con frecuencia en contra de la “idolatría”, pero creo que antes de levantar juicios contra los danzantes de la mexicayotl, deberíamos recordar que nuestras tradiciones alguna vez también recibieron el mote de “idolatrías”. Recordemos.    

Referencias:

León Portilla, Miguel.  Tonanzin Guadalupe: pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican Mopohua”. Colmex, FCE, México, 2002.

Sahagún, Fray Bernardino de. Historia general de las cosas de Nueva España, paleografía, estudio introductorio y notas de Josefina García Quintana y Alfredo López Austin, tres tomos, Cien de México, CONACULTA, México, 2000.

NO HEMOS DEJADO DE SER NEGROS…

Autor: Alberto Coranguez

1.- La libertad

Es conmovedor recorrer un tramo de historia en México acercándonos a la inevitable fusión de múltiples culturas que ha dado como resultado, un mestizaje profundo, además una notoria amalgama genética entre lo más ancestral de la humanidad procedente de África, Europa y lo relativamente más joven de la población de Mesoamérica.

Una parte de la humanidad ha vivido por enésima vez la catástrofe; Esta vez fue el brutal sometimiento de los hombres de las costas de África y de los naturales de la entonces Nueva España  y por extensión de los territorio que serían colonias de España,  se trata de algo tremendo que fue un parte aguas para civilizaciones que no se conocían entre sí, hablamos de la trata de hombres  esclavizados sea africanos o naturales americanos para usarlos como mano de obra en una explotación inmisericorde, una historia nunca lo suficientemente contada.

Fue en las costas de uno y otro lado del inmenso océano Atlántico durante largos cuatro siglos, en donde se generó uno de los movimientos migratorios forzosos y despiadados más numerosos de la historia. Se estima que, en el transcurso de esos 400 años, una cantidad aproximada de veinticinco millones de cautivos, un número que se considera sólo con base en los registros legales, sin contar el tráfico ilegal de pobladores africanos, hombres, mujeres, niñas y niños fueron obligados a vivir la traumática experiencia de un viaje infernal e interminable.

Daniel Vidart hace un planteamiento en su trabajo “Negros bozales y negros criollos”

La “cacería” y apresamiento de esclavos tuvo lugar en las cercanías de los puertos de San Luis y Gores (Senegal), Boni y Nueva Calabar (Guinea), Elmira, Cabinda, Loango y Benguela (Angola), situados en el Atlántico. Lo mismo sucedió con los residentes relativamente próximos a Capetown (Ciudad del Cabo) y Sofala (Mozambique)

En el caso mexicano están claramente identificados los negros minas (sudaneses), mandingas (guineo-sudaneses islamizados), Congos, benguelas, angolas y mozambiques (localizados en el área de las lenguas y culturas bantús), existe un largo catálogo de nombres que deben ser purgados de su grafía imprecisa y, de paso, ubicados en el cuadro somático y cultural respectivo, dado que no se sabe si correspondían a denominaciones tribales, comarcales o locales o si eran producto de una errónea escritura derivada, a su vez, de una incorrecta dicción –o audición– del originario nombre africano.

La llegada de los primeros hombres de tez negra en la Nueva España, se realizó de manera simultánea a la guerra de conquista, sabemos que Hernán Cortes trajo entre su tropa a Juan Garrido, un esclavo africano, cristianizado en Portugal, que en 1519 contaba con 39 años de edad y con la experiencia de sus andanzas en la conquista de Puerto Rico y Cuba, logró sobrevivir a la encarnizada guerra de destrucción de Tenochtitlan y después de esa catástrofe para los naturales derrotados, al fallecer Pedro Garrido su dueño, el esclavo quedo en libertad, pero no recibió de la corona ningún reconocimiento por sus servicios y murió en la pobreza y en el anonimato.

Como parte de los acontecimientos de dicha guerra de conquista se registra la captura en junio  del año de 1520 en Zultépec, (“cerro de las codornices” localizada en  Calpulalpan, Tlaxcala),  de los miembros de una caravana integrada por más de 50 españoles y unos  350 indígenas aliados, esclavos negros africanos y mulatas, todos ellos  provenientes de la Villa Rica de la Vera Cruz que trasladaba valores y oro que Hernán Cortés quería mantener seguros,  era un grupo que llegó con Pánfilo de Narváez que traía entre otros encargos la consigna de colonizar.

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NO HEMOS DEJADO DE SER NEGROS

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EL ORIGEN DE LA DANZA historia y mito (CONVOCATORIA)

A investigadores, escritores, danzantes. 

Los invitamos a participar en el compilado de textos sobre el origen de la danza, de concheros, chichimeca, azteca, de conquista y en su vertiente de danza de mexicanidad. En una aproximación sobre los orígenes de dicha danza en cualesquiera de sus expresiones, sea este origen histórico, mítico o relatos de tradición oral o recreaciones posibles.  

El SEÑOR DEL SACROMONTE Y LA SINTESIS POLITEISTA

“No reniego de lo que me heredaron mis abuelos, pero tampoco desprecio lo que me enseñaron mis padres
Capitán Ameyaltzin, grupo de danza “Mexica zentlayoluayan”

Josue David Tapia Castillo.

Existe un pequeño texto de Bolívar Echeverría llamado “La modernidad de lo Barroco[1],” en él,  hace una pequeña radiografía de la situación cultural, ideología y política de los países de América latina, especialmente después de la conquista. Entre  las diferentes tesis que maneja, me llama la atención  una que tiene que ver con la forma en que subsisten y co-existen las diferentes teogonías, ideologías, ritos, practicas y formas de ver el mundo en este abigarrado continente: españolas, africanas y latinoamericanas. A esa mezcla que no debería de ser, pero que sin embargo es, le llama Ethos barroco. El ethos barroco, trata de explicar la situación de la modernidad a instaurarse como cúpula del desarrollo civilizatorio, dejando de lado y al mismo tiempo sujetando y tolerando formas tradicionales de ver el mundo. Explica el entramado de diferentes temporalidades que no se corresponden unas con otras; mosaicos y vorágines de lenguaje y culturas disímiles, que sin embargo están ahí, juntas, existiendo como dos corrientes de agua que se revuelven y juntan sus arenas; engendrando la contradicción, de la forma impuesta, alineada y rígida del ser humano compatible sistémicamente, desde los inicios de la civilización capitalista con el descubrimiento del continente Americano.

Es en este contexto donde el culto al señor del Sacromonte  se inserta de manera ejemplar en la transformación y modificación que hace el  indígena colonial auto-españolizándose,  al incorporar una parte de que le permite seguir existiendo físicamente, sin abandonar su “alma” al culto mariano- cristiano en su sentido ortodoxo.

El señor del sacromonte, se venera el miércoles de ceniza en el cerro del Sacromonte, en el municipio de Amecameca en el Estado de México. Su fiesta que se sitúa después de la virgen de la Candelaria—2 de febrero–, y está regida por los movimientos lunares de esas fechas, así que es movible, y puede caer en Febrero o Marzo[2] y remata con la ascensión de la imagen al cerrito tres semanas después.  Como acto simbólico, la cruz de ceniza en la frente, que la caracteriza de otras fiestas[3]. Es importante tener en cuenta que este rumbo que geográficamente se sitúa en el oriente de la cuenca de México, se asocia con  el nacimiento del sol en el rumbo del Tlauiztlampa, dentro de la cosmogonía mexica.

Según nos cuenta Gabriel Ramos[4], capitán de la mesa del señor del Sacromonte de Amecameca, en el cerrito que los primeros pobladores (también descendientes de una peregrinación) llamaron Chalchiumomoxco, encontraron un nacimiento de agua donde levantaron un momoxtli o altar a la señora Chalchiutlicue vinculada directamente con el señor Tlaloc, licor de la tierra. A partir de ahí se gesta toda una tradición milenaria de tlaloquemeh (hoy conocidos popularmente como graniceros) encargados de apaciguar los torrenciales y granizales que amenazaban  las cosechas  y cultivos del sustento de la población.[5]Hoy en día, se encomiendan al señor del Sacromonte para estos menesteres. Ese gran horizonte, es también descanso de los antiguos ritos que se conservan en cuevas al pie de los volcanes hoy convertidos en oratorios, en una compleja mezcla de imágenes católicas, ceras, plegarias e imágenes prehispánicas. Es muy interesante observar que precisamente en vísperas de la fiesta dedicada al señor del Sacromonte, encontremos por el rumbo de Amecameca, Tenango, Tepetlixpa, etc., muchos terrenos de sembradío después de la quema, con grandes cruces de madera que los resguardan y que además coincide en las fechas  con la veintena de Izcalli. Ahora bien ¿Qué lugar ocupa la imagen de un Cristo negro, de hace más de cuatro siglos, en una fiesta con antecedentes de cultos a una divinidad fundamental en un culto agrario? ¿Cómo explicar el nudo de relaciones y creencias que convergen en esta fiesta, que para los concheros (y otras danzas) desde la época colonial, se convierte en rumbo de asistencia obligatoria? ¿Qué pistas nos arroja que el señor del sacromonte sea una deidad “masculina” en una época en que la tierra es fecundada por la semilla y los rayos del sol? ¿Qué explica la gran concurrencia de fe y devoción a la imagen católica?

A los ojos de Bolívar Echeverría, este es precisamente un rasgo característico de los pueblos latinoamericanos y que  denomina, comportamiento barroco (y lo inserto en este análisis como un concepto nuevo y polémico que permita entender un poco mas este proceso, más allá de los ya de por sí desgastados conceptos historiográficos de sincretismo o aculturación.)

Es un comportamiento contradictorio y controvertible que fácilmente puede llevarnos al equívoco y a hacer críticas injustas, sus matices son muy delicados.  Recordemos que la vida en la época posterior a la invasión, resultaba imposible, para los sobrevivientes de la conquista, sin un recurso aunque sea de muy baja intensidad de usos y costumbres ancestrales,[6]eso equivale a una fidelidad recalcitrante a las costumbres antiguas, hecho que si se dejaba de lado, implicaba dejar morir un mundo construido en más de 10,000 años de evolución y memoria.

La conversión al cristianismo significó una condición de supervivencia física y una resistencia a no morir y convertirse en una copia del modelo Europeo; es decir,   se paso a ser un europeo sin dejar de ser americano. Hubo una creación, una resignificación de su ser original, vaciado en la figura del Cristo de madera;  se re-hizo como un “cristiano” que integro positivamente su obligada auto-negación religiosa[7]  impuesta por el catolicismo. Ese rasgo y mérito tan ejemplar de la población nativa latinoamericana (y en este caso mexicana) de alterar la religión cristiana del siglo XVI, le permitió asegurar la memoria para las generaciones postreras; refuncionalizar lo “europeo” mediante un comportamiento aparentemente ajeno y  traidor a sí mismo, para rebasar en un sentido de superioridad cosmogónica la evangelización cristiana, que los europeos llevaron a extremos delirantes;  creó una obligada revolución semiótica donde sustituyó el culto a las deidades antiguas por el culto a unas imágenes peculiares reconstruidas y complejizadas por ellos mismos. Aquí estaría el lugar del señor del sacromonte como guardián y símbolo depositario de la cosmovisión ancestral.

La religión católica se ha visto forzada a mirar con buenos ojos y sobre llevar los cultos a  Cristos negros (señor de Chalma, Sacromonte, del Veneno, del Perdón, de los Milagros, de la buena muerte, Etc.) y otras deidades ejemplares del santoral católico. Esto nos recuerda el abanico complejísimo y riquísimos del panteón teogónico prehispánico, que los pueblos han puesto a nivel de la creencia monoteísta de la trinidad cristiana, otorgándoles funciones angelicales especiales y milagrosas.

Esta es una de las explicaciones que nos arrojan luz sobre el hecho de porque fue abrazada con fervor la religión católica con la devoción que otrora se otorgaban a las imágenes  idolátricas en los tiempos prehispánicos. La concurrencia masiva a estos santuarios, nos recuerda y nos comunica con los antiguos peregrinajes a las ciudades sagradas y la entrega y el sacrificio que ellas reclamaban, de los cuales hay mucha evidencia, especialmente en Chalma.

Hoy en día siguen existiendo intolerancias por parte de muchas mesas y grupos de danza mal llamados “culturales”. Veo grupos que ensalzan el pasado glorioso queriendo brincarse arbitrariamente 400 años de resistencia colonial y avergonzándose de la historia y peripecias de nuestros indígenas de la conquista ¿Quiénes somos nosotros para juzgar como actuaron y que hicieron nuestros indígenas después de la conquista, desde una posición meramente contemplativa y siempre cómoda?  Veo también mesas que ignoran todo nuestro pasado y se han fundido con el catolicismo sin cuestionarse absolutamente nada, y dan todo por hecho. Entre tanto, el sistema que nos aplasta y nos determina sigue siendo un punto que pocas veces se toca en las discusiones, nunca se habla de la explotación salarial ni de las barbaries del capitalismo; muchas veces la palabra se ha degradado a recadera de las fiestas próximas y que nos parece bien o mal del acto circunstancial; hemos olvidado su calidad de póiesis para los antiguos mexicanos. La danza se ha viciado y poco a poco tiende a ser un enorme lavadero de chismes y vanidades. Demos honor a nuestra palabra y memoria, no nos cerremos a la realidad, ni tampoco vivamos de una nostalgia inalcanzable, el ejemplo más grande lo están poniendo toda nuestra sangre indígena latinoamericana, que con su digno ejemplo como en tiempos ancestrales, nos muestran el camino.

Ahí están los zapatistas mexicanos, las resistencias por Wirikuta, los mapuches  chilenos y argentinos, el movimiento de los “Sin tierra” brasileños, las resistencias bolivianas, ecuatorianas y guatemaltecas, que siguen defendiendo a Tonantzin Tlalli, como nos lo dejaron dicho los jefes: con nuestra propia sangre.  Y como diría don Bolívar en paz descanse: “La modernidad de la vida civilizada es y seguirá siendo impensable sin la emancipación de esa interpenetración identitaria comenzada entonces por los indios americanos”. Unión, conformidad y conquista.¡¡ El es dios!!


[1] Bolívar Echeverría, “La modernidad de lo barroco” 1998, Ed. Era. México D.F.

[2] José Antonio Cruz ”La misión del espinal”  Centro de Estudios Antropológicos, Científicos, Artísticos, Tradicionales y Lingüísticos «Ce-Acatl», 2004

[3] Existen diferentes hipótesis acerca de lo que simboliza dicha cruz; sin embargo  según la creencia popular es la marca de la aceptación de Cristo por sus fieles y se hace con la ropa de los santos incinerada, otros lo asocian con la marca del persignado de las cosechas.

[4] Video documental “20 años de la mesa del señor del sacromonte”, producciones luna purpura 2008, México D.F.

[5] La siembra en la cuenca de México se empieza de marzo a abril aproximadamente y la cosecha entre septiembre  y noviembre.

[6] Bolívar Echeverría “Meditaciones sobre el barroquismo” en: http://www.bolivare.unam.mx/ensayos/Guadalupanismo%20y%20barroco.pdf. Pg. 18.

[7] Ibídem.


PRIMER VIENTO, PRIMER VIERNES.

Por Gabriel Hernández Ramos
Un acercamiento a la historia del culto al Señor del Sacromonte de Amecameca.

Viento del oriente, Autor Eugenio Esteves (fragmento)

Gabriel Hernández Ramos

Lic. en Letras Latinoamericanas Capitán de la Mesa del Señor del Sacromonte de Amecameca

Los pobladores

Muchas historias de los pueblos antiguos no han sido clarificadas lo suficiente, a veces por falta de datos, o por el contrario, por multiplicidad o discrepancia entre los informes existentes. En ocasiones las fuentes de estos conocimientos se contraponen y al mismo tiempo, sin querer, se complementan. La prolífica tradición oral, es una fuente viva en muchos de los casos. También es notabilísimo en nuestras historias el hecho de que en ocasiones la realidad y el mito están mezclados de tal manera que es difícil distinguir los límites entre una y otro.

Así, los orígenes del antiguo Amaquemecan, esperan el acopio, la traducción, interpretación y ordenamiento de datos que transparenten su devenir. Claro que también, con seguridad, ocurrieron hechos cuyo registro quedara para siempre perdido.

Hubo un tiempo de efervescencia donde las migraciones eran una constante. Los grupos arcaicos buscaban el mejor sitio para cimentar sus civilizaciones y dejaban constancia de ello en sus peregrinaciones.

Acerca de la procedencia de los pobladores que conformaron con los años el Altepetl Amaqueme, existen al menos dos grandes vertientes. La primera y más antigua, consigna que un grupo de Olmecas Xicalancas u Olmecas Huixtotin, cuyo guía o gobernante se llamaba Olmécatl Huixtotli, llegaron a esta zona buscando expresamente lo que consideraban su particular Tamoanchan, venían de la Región del Hule, de por el Pánuco (Panutla) y con el propósito claro de alcanzar a la cercanía “los montes blancos, nevados, los montes que humean” (Iztaccíhuatl y Popocatépetl) y el cerrito frente a ellos (el actual Sacromonte). Ver: Informantes de Sahagún Primeros Memoriales. Según dicha fuente, estos Olmecas ya traían cierto desarrollo cultural; como el culto al Tloque Nahuaque, (quien les hablaba y les pedía moverse, que lo acompañaran hacia don él les indicaba),  libros pintados de los orígenes, de los destinos y libros de los sueños, usaban el calendario y daban gran relevancia a la música, (sabios con libros de cantos y flautas), además, practicaban hechicerías o el arte nahuallotl. Estos Olmecas Huixtotin hablaban popoloca (lengua extraña o bárbara) y serían luego conocidos como mixtecas anahuacas.

Chimalpahin expresamente enumera cuatro pueblos de filiación olmeca; Xicalancas Huixtotin los de la región de las sal; Xochtecas, los de la región florida; Quiyahuiztecas, los de la región de la lluvia; Cocolcas, los antiguos o los viejos, los abuelos. Ver: Memorial Breve y las Relaciones…

Chauhtotolin

La segunda, sustenta, que hacia finales del siglo XIII, llegan los Chichimecas a la región, parcialidades de tribus provenientes de Aztlan Chicomoztoc. Los tlaxcaltecas habían pasado de largo al saber de las artes y la aguerrida fama que ya, para entonces tenían los Olmecas establecidos. Quienes sí llegan decididos son lo Totolimpas y Tecuanipas, grupos considerados como Toltecas Chichimecas o Chichimecas toltequizados, son ellos quienes someten a los Olmecas veneradores del jaguar, de la lluvia y el rayo, la mayoría de los cuales emigran de nuevo. Así es como los mencionados grupos amaquemes se asientan en el sitio. Llegan más tarde Poyahutecas, Panohayas, Tlalamanalcas y Acoxtecas, los cuales van mereciendo tierras en los alrededores del cerrito.

Los nombres del cerro

Totoltepec “Cerro del Guajolote”, se llamaba al Sacromonte a la llegada de los grupos Olmecas, Así lo representa gráficamente la Historia Tolteca-Chichimeca, un guajolote con collar de jades, el cual parece emerger del glifo “Tepetl”, cerro. (Chalchiuhtotollin).

Las tribus Olmecas lo llaman Chalchiuhmomozco, que se traduce como “en el altar de jade” y Chalchiumomoztli  altar “donde reluce el agua como jade”. Precisamente, el sitio donde brotaba el agua.

Cuando llegan los Tecuanipas y Totolimpas Amaquemes y someten a los Olmecas, imponen su nombre al cerro, Amaqueme, el cual después se extendería a todo el poblado, y se dice de ellos, que hacían sus ceremonias con papel amate, y revestían el cerro y el altar donde se veneraba al agua con ese papel, y aún más; que ellos vestían también ese papel y por esta razón, amaqueme es el que viste de papel.

Para el último tercio del siglo XVI ya se le llama Sacromonte, como hasta la fecha. Este último nombre, a pesar de hacer a un lado el uso de la lengua madre, es al parecer exacto. Chimalpahin cuenta que en los tiempos de sus ancestros, este lugar era de tal manera respetado, que no se podía excretar en él.

Actualmente los dichos populares aseguran que es un cerro bendito y milagroso, pues cuando las parejas de novios andan escondiéndose entre sus matorrales, “milagrosamente”: suben dos y bajan tres.

Chimalpahin, inicia su Cuarta Relación, con una serie de nombres mágico-metafóricos para designar los lugares merecidos por sus ascendentes Chichimecas, “aquellos honorables señores y príncipes que vinieron a establecerse en  Chalchiu Momozco Amaquemecan Chalco” (Altar de jade, revestido de papel, a la orilla del lago); Iztlacozahucan “Lugar de la obsidiana dorada”:

“…El glorioso y famoso lugar del guajolote

Al borde de los bosques y al borde de las nieves

En el llamado lugar de la bruma

En el terraplén de la flor

En el terraplén de la niebla

En donde vive la codorniz blanca

En donde se despereza la serpiente

En donde viven los jaguares

En la casa de Tamiahua

A donde esta erguido 5-Flor…”  

Texto poético que no sólo nos da información de los nombres figurativos, toponímicos o míticos del lugar, sino que parece una descripción geográfica, meteorológica, botánica y de la fauna propia de esos tiempos.

Las deidades mencionadas

Estas mismas fuentes relatan los diferentes cultos: Tloque Nahuaque, Nauhi teuhctli, (un misterioso y casi desconocido Señor Cuatro o del Cuadrado), y sugieren que Tezcatlipoca estuvo en una de las cuevas hasta que fue robado, provocando con ello, sequías a los pueblos que lo hurtaron. Los Olmecas, se sabe, veneraban el símbolo del jaguar, otra advocación del mismo Tezcatlipoca, patrono de nahuales y hechiceros, según los mitos. Los Tecuanipas, literalmente son los hombres de la fiera. Finalmente los Amaquemes instauran el culto al agua (Chalchiuhtlicue y Tlaloc), elementos ya venerados por los viejos Olmecas (quienes, a decir de Chimalpahin, provocaban la lluvia a su voluntad).

Es pertinente comentar que esta región sigue siendo rica en humedales, cerros y bosques que bajan de los volcanes considerados sagrados. Si en la actualidad son frecuentes las neblinas, las granizadas, trombas y nevadas, cómo serían de intensas en esos tiempos. En los cuales, también abundaban las fieras como el ocelot.  Actualmente solo sobrevive al gato montés, como ejemplo del hábitat boscoso.  

Como muestra, unas líneas de la Séptima Relación;

 “Año 13-Caña, 1583.  En el mes de junio ocurrió algo de maravilla con el Sancto Sepulcro de las rocas Texcalco en la cumbre del monte Amaqueme, lugar que nombraban antiguamente Chalchiuhmomoztli (Ritos indígenas a la deidad Chalchiuhtlique) pues como se sabe, en ese lugar estaba una imagen a Chalchiuhtlique, y ahí mero fue donde pusieron una imagen de Cristo recostado en una caja de piedra, en el mismo lugar donde hacia sus penitencias aquel del piadoso sancto Fray Martín de Valencia,…”

Actualmente hay dos templos en la cumbre del cerro, el Sacromonte, adosado a la cueva. Y en la cima el de Gualupita, más antiguo. Al lado de éste aún se conserva un antiguo pozo, quizás el legendario Chalchihumomoztli. Además, en la portada de este templo se encuentra inserta una piedra con el glifo chalchihuite. ¿Será acaso, que ellos son la reminiscencia de los cultos más importantes de Olmecas y Chichimecas-Toltecas?

El Señor del Sacromonte, un Cristo negro y amortajado en su sepulcro

Como se mencionó antes, Sacromonte y su romería del primer viernes de cuaresma, se menciona para fines del siglo XVI, aunque las leyendas populares y una inscripción a la entrada de la cueva principal del cerro ostentan la fecha de 1527, esto es, cuatro años antes que el registro de las apariciones Guadalupanas (1531), misma fecha de los sucesos de Sangremal en Querétaro (la aparición de la Cruz de Los Milagros) y más de diez años antes de la conmovedora llegada del Cristo de Chalma a sus barrancas, ríos  y cuevas. (1539)

La imagen fue hecha de pasta de caña, por lo cual resulta muy ligero, casi es de tamaño natural y se le mueven la cabeza y los brazos. Usa una cabellera verdadera sujeta por una tiara o diadema. No se sabe si desde el principio fue negro, mas se infiere que pudo tomar este color por la costumbre de los amaquemes, de limpiarlo constantemente con aceites y perfumes, que al paso de los siglos le dio ese acabado. Usa cendal y una colcha finamente acabados, antiguamente también mortajas y vendajes, bajo su colchoneta no falta nunca un pequeño petate. Se le llama también Santo Entierro o Señor de Amecameca.

Una de dichas leyendas fija la llegada de la imagen un jueves de corpus, conocido hoy, como “el día de las mulitas” y “el carnaval chiquito” en Amecameca. La imagen llega precisamente cargada por una mula, en una recua perdida en el, entonces tupido bosque del cerro. Aunque muchos sugieren que Fray Martín de Valencia pudo haber colocado la imagen. Un antiguo canto narra el hecho así; “Mil quinientos veintisiete/ así lo dispuso Dios/ que a fray Martín de Valencia/ se le apareciera el Señor.” En cuanto a este punto de los cantos, se sabe que son precisamente los alabados al Señor del Sacromonte, los que pudieran tener mayor antigüedad. Incluso, el que empieza Alabadas sean las horas…, se canta en muchas regiones de México y es conocido simplemente como “el alabado”.

Lo cierto es que, según Chimalpahin, fueron las caciques herederos del antiguo Amaquemecan, quienes, junto con el párroco de la Asunción, colocan la imagen en una caja de piedra que ellos mandan tallar e inician las procesiones desde la gruta hasta la parroquia en el primer viernes de cuaresma, sólo tiempo después se cambiaría al día Miércoles de Ceniza “el día de la tiznada”. Desde esos años datan las bajadas nocturnas alumbradas por antorchas, cirios y luego, faroles. Acompañadas por el toque del teponaztle, que hasta fechas muy recientes ha sido desplazado.

Sacromontito, un santo muy “fiestero”

Cuatro domingos antes del Miércoles de Ceniza comienzan las “misas de carnaval”, cada uno de estos domingos suben al cerro las cofradías de Faroleros, Asociación de María, Trementineros y Campesinos, los cuales, con sus respectivos estandartes y “demanditas” (Pequeñas reproducciones de la imagen), ofrecen salvas,  misa y música de Chirimía. Por las noches el contorno del cerrito queda alumbrado por lámparas de aceite quemado sobre altas estacas de madera, como quizás se le alumbró con resinas, desde el siglo XVI.

Los días de las vísperas llegan las peregrinaciones de los pueblos cercanos, ahora delegaciones, que en la antigüedad eran “señoríos” sujetos de Amaquemecan. Llegan también los pueblos “ribereños”, claro de los lagos ya disecados, pero que guardan una relación de linaje y de compañía en las peregrinaciones originarias, con los amaquemes, me refiero a pueblos como los de Mixquic, Tlahuac, Xochiumilco, Chimalhuacan, etc. 

El “Miércoles de Ceniza”, la imagen es bajada, principalmente por los visitantes, que han llegado en peregrinación para ese fin, y recorre solamente los barrios de la parte sur del actual Amecameca, a saber, Barrio Sacromonte, Tepoyo (Santo Domingo), El torito, Atenco (la Rosa o San Isidro), San Juan, El Rosario y la Parroquia de la Asunción, la peregrinación es nocturna y predomina en ella el adorno de papel morado.

La imagen ha de permanecer entre los amquemes durante toda la cuaresma y hasta una semana después del Domingo de Resurrección, cuando es subido por la otra parte del poblado (norte): La asunción, el Rosario, Cristo Rey, Caltenco, Panohaya, El Caracol y nuevamente Sacromonte, Esta vez es llevado por la noche para que llegue a su cueva por la madrugada, lo llevan los pobladores de Amecameca y predominan los adornos de papel en blanco y amarillo. En ambas procesiones hay salvas y castillos en casi todos los barrios, tapetes de aserrín, música, cantos y danzas que celebran el camino por donde es llevada la imagen.

Aparte de los significados religiosos y tradicionales, es evidente que estas procesiones tienen un rasgo eminentemente territorial y cada barrio pugna por no ser excluido del recorrido, es así como los antiguos señoríos siguen viniendo a presentar sus reverencias a la imagen. De alguna manera, cada barrio actual, recuerda alguna de esas tribus antiguas que conformaron en diferentes tiempos esta población al pie de los volcanes.

Durante este período en el pueblo, Sacromonte visita San Juan y a veces Cristo Rey, El Rosario o Panohaya, habitualmente se le entonan, por las noches, una serie de alabados, cantos que narran las vicisitudes de la pasión y que en sus coros llevan invariablemente la palabra “alabar”. Hasta hace muy poco tiempo la imagen era crucificada el viernes santo, y con ella sobre la cruz, era bendecido el pueblo, en la actualidad esto ha dejado de realizarse, pues la imagen se encuentra ya muy deteriorada. Ver  “El ciclo de ferias de cuaresma en la región de Morelos”,   de Guillermo Bonfil Batalla

Viene después el jueves de Corpus. Donde se conmemora la aparición, El pueblo de San Lorenzo Tezonco, viene a festejarlo y para ello trae toda la fiesta desde su lugar de origen. Como ya se dijo antes, en Amecameca se le llama a esta celebración “el carnaval chiquito”.

Ocasionalmente. Cuando es necesario, cuando no quiere llover, o cuando hay mucha actividad volcánica, los amaquemes bajan y pasean a su imagen, a su paso siempre ofrecen confeti y pétalos de flor, invariablemente cae la llovizna y luego los temporales y hay relativa calma en el volcán.

Se han acabado las mayordomías y los cargos tradicionales. (A excepción de los que sobreviven al interior de las organizaciones de danza). Mas hay noticias que hasta principios del siglo XX, en el Sacromonte, se realizaban los cambios de bastón o varas de mando, los días primeros de enero, ceremonia que designaba a las próximas autoridades tradicionales y mandos del poblado y de poblaciones aledañas. Ahora, en este día sólo queda la ejecución de algunas danzas y contradanzas, que evocan aquellos días gloriosos, cuando nuestros representantes aún tenían palabra y mando.

Las historias de doña Balvina

Doña Balvina Galicia Hernández, de Atenco, murió hace poco tiempo. La conocí porque una de sus hijas y una de sus nietas danzaron en la Mesa de Amecameca. Ella vivió varias décadas en el santuario del Sacromonte, su esposo y toda la familia trabajaron en la sacristía del cerro hasta la llegada de las madres franciscanas, quienes ahora construyeron su convento en el barrio de Caltenco.

Doña Balvina vivió una bellísima relación con la imagen y con lo sagrado del lugar. Yo grabé algunas entrevistas con ella, principalmente acerca de las cosas que vivieron durante su estancia en el santuario. Me contó, que a su parecer, la imagen tenía vida propia, al limpiarla cotidianamente, hallaba la urna sudada y cuando llovía, tenía su ropa o las propias rodillas llenas de lodo y en el interior de la misma, fragmentos de las hierbas del cerro.  Ella entonces lo reprendía dulcemente ¿Por qué te andas saliendo en los aguaceros?

Me conmueve, sobre todas, la historia de unos campesinos de tierra caliente, que nunca habían venido a estos lugares, pero que llegaron preguntando el sitio de la imagen. Al llegar a la cueva dijeron que sí, que esa era la imagen que habían soñado y en el sueño, él se mostraba con unas ropas viejas, les pedía el favor de que le regalaran un poco de ropa pues casi no tenía. Una vez que se fueron, ya con las medidas y la promesa de traerle ropa nueva antes de su fiesta. Doña Balvina se pone frente a él y le pregunta ¿Por qué anda yendo a pedir ropa, tan lejos? Como si no tuviera. Le enseñaba, entonces, las antiguas cómodas llenas de trajes bordados con hilos y piedras preciosas, ¡Mire cuánta ropa tiene!

Contaba también, entre otras historias, de cómo llegó el teponaxtle y por que se decía que estaba encantado, o embrujado, por lo cual se había vuelto negro y que cuando se tocaba, su “tocotin” se oía hasta el otro lado de los volcanes.

Los honores de la danza

Para la organización de las danzas prehispánicas del centro de México, Sacromonte es su primer viento. Popularmente conocidos como concheros, para nosotros, los danzantes, organizados en Mesas, Amecameca es el primero de los cuatro vientos, cuatro santuarios, cuatro marchas de “obligación y de conquista” que se deben cumplir cada ciclo anual.

Una revisión panorámica de los conocimientos capitulares del Anáhuac, nos permite saber por lo menos que, el año prehispánico, el comienzo de las siembras (ciclo agrícola), por ende el inicio de las festividades rituales tradicionales, y cambios estacionales, ocurren, entre otras cosas, en fechas próximas a la celebración de Amecameca.

Bonfil, en el trabajo antes citado, había advertido que es en Amecameca donde “cae” la fiesta del primer viernes de cuaresma, comienza el ciclo de las grandes ferias de la región, las cuales abarcan el sur del Estado de México y algunos municipios del Estado de Morelos; Las fiestas son, en adelante los viernes; 1º Amecameca (Sr. del Sacromonte), 2º Cuautla (Sr. del Pueblo), 3º Tepalcingo (Sr. de los Trabajos), 4º Atlatlahhucan (Sr, de Tepalcingo, Jesús Nazareno), 5º Totolapan, (Sr. Aparecido), también Axochiapan, 6º Viernes de Dolores, 7º Viernes Santo (ambos celebrados en muchas localidades) y 8º, octava de semana santa, nuevamente en Amecameca. Debe tonarse en cuenta que, según Chimalpahin, el antiguo señorío Chalco-Anaquenecan comprendía una extensa región de lo que ahora es México, Puebla y Morelos. Todas estas festividades son en honor a Cristos aparecidos, a excepción de la virgen de Los Dolores. Estos cristos aparecidos o milagrosos no son los patronos “oficiales” de su pueblos, pero sus fiestas tienen más realce que la patronal, lo cual evidencia su antigüedad y su cercana relación con las celebraciones prehispánicas.

Así tenemos que este “ciclo de ferias” inicia y termina en este primer viento, un collar de celebraciones que inician y finalizan en el mismo lugar; el antiguo cerro Amaqueme. Dentro de las costumbres de los danzantes concheros de la región nunca ha pasada desapercibida dicha festividad, pero sí para la organización en general. Después de la revolución de 1910 y de la “Cristiada” 1926-1929, muchas de las organizaciones dejaron de venir, sustituyendo esta marcha por la visita al Señor de la Cuevita, de Iztapalapa, pues también es un Santo Entierro colocado en el interior de una gruta.

Faustino Rodríguez, jefe de Tepetlixpa no dejó nunca de venir, acompañado por los grupos que poco a poco iba formando, ellos velaban al pie del cerro donde se dice Santa Elena, subían a hacer mañanitas y danzaban entre los estrechos espacios que dejaba el panteón, de ese entonces, afueras de la cueva, hasta que haciéndose casi imposible la realización de la danza, por la afluencia de creyentes que subían el Miércoles de Ceniza, decidió, en 1987, realizar los ritos respectivos, en la Parroquia de la Asunción.  El recordaba uno o dos viejos danzantes de Amecameca de por los años 1930 o 1940, sin embargo hubo poco interés en la comunidad. Hasta los años ochenta se consolida una Mesa, que, a la postre, sería la última fundada por tan célebre maestro de las danzas y la cultura antigua. No obstante, es el mismo Chimalpahin, quien registra la relevancia que tuvo Amaquemecan en el ámbito de la danza, el canto y las artes antes de la llegada de los españoles. (Ver en particular, la historia del canto “La enemiga”, Canto de las mujeres guerreras Chalcas):

Florencio Gutiérrez recordaba que sus ancestros venían a velar justo después de la primera curva en la calzada de piedra que sube a la cumbre del cerro. Aún se conservan fragmentos de un paredón donde efectuaban sus ritos estos Chcihimecas de la Reliquia General.

En la actualidad existen varios grupos oriundos y algunos que, como antaño, han venido de otros lugares a “conquistar y fijar su asiento en Amecameca”, lo que se traduce en un esplendoroso mosaico de ofrendas de canto, danzas y flores para el Señor del Sacromonte.

Las condiciones actuales de la imagen

Finalmente es pertinente comentar que la imagen bendita y venerada durante ya casi cinco siglos, requiere ser restaurada, por lo menos en algunas de sus partes, para ello se requiere la participación de la autoridades religiosas, del INAH y de los sectores del pueblo interesados en su conservación. Ojalá el amor hacia tan grande emblema, pudiera también, manifestarse así.

Hace cuatro o cinco años tuve la fortuna de estar presente al momento del cambio de ropas de la imagen, casi cada año me presento a cantarle al Señor durante algunos días de su estancia en el pueblo, en verdad se enternece uno tanto que las lágrimas brotan de dicha y felicidad, fue entonces cuando experimentando tales sensaciones, me nació la duda de por qué no hacemos un poquito por él.

Febrero de 2012

Gabriel Hernández Ramos

Lic. en Letras Latinoamericanas Capitán de la Mesa del Señor del Sacromonte de Amecameca