Por: Ana Rodriguez

Me acuerdo la primera vez que vi la danza… todos vestidos de blanco y con esas hermosas semillas en lo tobillos. El latido del huehuetl y esa energía circular.
Yo me dije… tengo que ir al origen de esta maravilla. Esta maravilla tan familiar…
Con apenas 23 años y solo con el sentir de la danza… volé 9.020km al re-encuentro de un gran amor… Un amor más real y profundo del que jamás podría imaginar. Un llamado interno a través de la eternidad.
Al poner mi primer pie sobre México, ya me enamoré, aunque no fue fácil… nada fácil…
Mi primer encuentro mágico, el gran guardián que custodia la entrada… la entrada sagrada. El gran ahuehuete… el gran abuelo. Aquí me dio la opción de dejarlo todo allí… Todo pensamiento, todo juicio… Todo miedo… me bendijo con sus aguas y mis pensamientos se llenaron de flores… la aproximación envuelta en cantos… unos cantos que no conocía pero que, aunque su letra a veces no entendía su tono y su intención retumbaban en mi alegría… Una alegría que no conocía hasta entonces. Ya entrando en el santuario era de noche y al llegar a sus pies tuve una certeza que en algún lugar de mi ser yo conocía esto… mi alma vibraba y se sentía reunida de nuevo.
Tlaloc nos dio la bienvenida y mojados, desorientados y demás nos dirigimos a un cuarto en los arcos al lado del atrio… Yo no podía caber dentro de mí… era tal la ilusión y el contento que no pude dormir… al estar rodeada de tantos danzantes era volver a casa…volver después de una larga batalla donde estaba herida y muy perdida… por fin llegué a casa… Por fin…
De alguna manera la danza me salvo… y Chalma me bendijo… me dio la oportunidad de ser mejor… pero con trabajo… con merecimiento
Al día siguiente la danza, el sonido de las conchas, el huehuetl… el sol abrasador…
La unión del círculo, la familia de la danza, todos tan distintos y tan unidos… disolviendo sus diferencias con el sudor, el esfuerzo, la entrega, la fe el amor… el amor tan puro y tan fuerte.
Toque la exquisitez de ser una con el círculo… todos y todas los danzantes contribuían a mi crecimiento espiritual y yo al suyo… de una manera sin palabras, solo música y movimiento… música y movimiento.
Escuchaba las conchas y a veces me parecía que me hablaban…
Esa noche no podía ni andar casi, mis pies llenos de ámpulas, pero mis ser resplandecía…
Yo quiero ser danzante ……y un abuelo me dijo “ser danzante es un camino para toda la vida pues”.
El segundo día me sumergí totalmente en todo el caos, ese caos que crea una armonía perfecta si no luchas contra nada… tan sola y a la vez tan acompañada. Yo esto lo había vivido en algún otro tiempo… estaba segura… o quizás algún antepasado mío y me paso la memoria genética… Pero también había mucha lucha y a veces mucha energía que no sabía qué hacer con ella… volvía a la tierra y cantaba y danzaba…
Esa batalla florida…
Iba entendiendo cosas, pero sin pensar… era un entendimiento más profundo… En este lugar sagrado vi plasmado un mapa de la humanidad y como funcionamos… veía nuestros lados más oscuros y luminosos… veía como podíamos alcanzar nuestra esencia real a través de estas sagradas enseñanzas… nos daban códigos… y al descifrarlos pasábamos a otro nivel…
Apenas dormía… me sentía muy segura al estar rodeada del sonido del huehuet… día y noche…
El tiempo se paró y mi cuerpo, aunque cansado, una vez en el círculo todo le era más fácil…
Por primera vez me sentí realmente yo misma..
No puedo recordar mucho más… Pero si me acuerdo de la danza cada día… a 9020km de distancia física…
Quisiera pedir disculpas si he podido molestar a alguien con mi relato, con alguna palabra pues no es mi intención.
Quiero agradecer… agradecer, porque tuve la gran dicha de poder conocer esta sagrada tradición en este lugar tan especial y bello.
Desde el más profundo respeto agradecer a todas y todos los danzantes, los jefes y jefas y a los abuelos y abuelas guardianes de estas sagradas tradiciones por mantenerlas vivas con su trabajo y esfuerzo. ¡Gracias Señor de Chalma!, por enseñarme el camino y guiar mis pasos con tanto amor y devoción.
“Padre mío señor de Chalma que no sea la última vez…”