“No reniego de lo que me heredaron mis abuelos, pero tampoco desprecio lo que me enseñaron mis padres”
Capitán Ameyaltzin, grupo de danza “Mexica zentlayoluayan”
Josue David Tapia Castillo.
Existe un pequeño texto de Bolívar Echeverría llamado “La modernidad de lo Barroco[1],” en él, hace una pequeña radiografía de la situación cultural, ideología y política de los países de América latina, especialmente después de la conquista. Entre las diferentes tesis que maneja, me llama la atención una que tiene que ver con la forma en que subsisten y co-existen las diferentes teogonías, ideologías, ritos, practicas y formas de ver el mundo en este abigarrado continente: españolas, africanas y latinoamericanas. A esa mezcla que no debería de ser, pero que sin embargo es, le llama Ethos barroco. El ethos barroco, trata de explicar la situación de la modernidad a instaurarse como cúpula del desarrollo civilizatorio, dejando de lado y al mismo tiempo sujetando y tolerando formas tradicionales de ver el mundo. Explica el entramado de diferentes temporalidades que no se corresponden unas con otras; mosaicos y vorágines de lenguaje y culturas disímiles, que sin embargo están ahí, juntas, existiendo como dos corrientes de agua que se revuelven y juntan sus arenas; engendrando la contradicción, de la forma impuesta, alineada y rígida del ser humano compatible sistémicamente, desde los inicios de la civilización capitalista con el descubrimiento del continente Americano.

Es en este contexto donde el culto al señor del Sacromonte se inserta de manera ejemplar en la transformación y modificación que hace el indígena colonial auto-españolizándose, al incorporar una parte de sí que le permite seguir existiendo físicamente, sin abandonar su “alma” al culto mariano- cristiano en su sentido ortodoxo.
El señor del sacromonte, se venera el miércoles de ceniza en el cerro del Sacromonte, en el municipio de Amecameca en el Estado de México. Su fiesta que se sitúa después de la virgen de la Candelaria—2 de febrero–, y está regida por los movimientos lunares de esas fechas, así que es movible, y puede caer en Febrero o Marzo[2] y remata con la ascensión de la imagen al cerrito tres semanas después. Como acto simbólico, la cruz de ceniza en la frente, que la caracteriza de otras fiestas[3]. Es importante tener en cuenta que este rumbo que geográficamente se sitúa en el oriente de la cuenca de México, se asocia con el nacimiento del sol en el rumbo del Tlauiztlampa, dentro de la cosmogonía mexica.
Según nos cuenta Gabriel Ramos[4], capitán de la mesa del señor del Sacromonte de Amecameca, en el cerrito que los primeros pobladores (también descendientes de una peregrinación) llamaron Chalchiumomoxco, encontraron un nacimiento de agua donde levantaron un momoxtli o altar a la señora Chalchiutlicue vinculada directamente con el señor Tlaloc, licor de la tierra. A partir de ahí se gesta toda una tradición milenaria de tlaloquemeh (hoy conocidos popularmente como graniceros) encargados de apaciguar los torrenciales y granizales que amenazaban las cosechas y cultivos del sustento de la población.[5]Hoy en día, se encomiendan al señor del Sacromonte para estos menesteres. Ese gran horizonte, es también descanso de los antiguos ritos que se conservan en cuevas al pie de los volcanes hoy convertidos en oratorios, en una compleja mezcla de imágenes católicas, ceras, plegarias e imágenes prehispánicas. Es muy interesante observar que precisamente en vísperas de la fiesta dedicada al señor del Sacromonte, encontremos por el rumbo de Amecameca, Tenango, Tepetlixpa, etc., muchos terrenos de sembradío después de la quema, con grandes cruces de madera que los resguardan y que además coincide en las fechas con la veintena de Izcalli. Ahora bien ¿Qué lugar ocupa la imagen de un Cristo negro, de hace más de cuatro siglos, en una fiesta con antecedentes de cultos a una divinidad fundamental en un culto agrario? ¿Cómo explicar el nudo de relaciones y creencias que convergen en esta fiesta, que para los concheros (y otras danzas) desde la época colonial, se convierte en rumbo de asistencia obligatoria? ¿Qué pistas nos arroja que el señor del sacromonte sea una deidad “masculina” en una época en que la tierra es fecundada por la semilla y los rayos del sol? ¿Qué explica la gran concurrencia de fe y devoción a la imagen católica?
A los ojos de Bolívar Echeverría, este es precisamente un rasgo característico de los pueblos latinoamericanos y que denomina, comportamiento barroco (y lo inserto en este análisis como un concepto nuevo y polémico que permita entender un poco mas este proceso, más allá de los ya de por sí desgastados conceptos historiográficos de sincretismo o aculturación.)
Es un comportamiento contradictorio y controvertible que fácilmente puede llevarnos al equívoco y a hacer críticas injustas, sus matices son muy delicados. Recordemos que la vida en la época posterior a la invasión, resultaba imposible, para los sobrevivientes de la conquista, sin un recurso aunque sea de muy baja intensidad de usos y costumbres ancestrales,[6]eso equivale a una fidelidad recalcitrante a las costumbres antiguas, hecho que si se dejaba de lado, implicaba dejar morir un mundo construido en más de 10,000 años de evolución y memoria.
La conversión al cristianismo significó una condición de supervivencia física y una resistencia a no morir y convertirse en una copia del modelo Europeo; es decir, se paso a ser un europeo sin dejar de ser americano. Hubo una creación, una resignificación de su ser original, vaciado en la figura del Cristo de madera; se re-hizo como un “cristiano” que integro positivamente su obligada auto-negación religiosa[7] impuesta por el catolicismo. Ese rasgo y mérito tan ejemplar de la población nativa latinoamericana (y en este caso mexicana) de alterar la religión cristiana del siglo XVI, le permitió asegurar la memoria para las generaciones postreras; refuncionalizar lo “europeo” mediante un comportamiento aparentemente ajeno y traidor a sí mismo, para rebasar en un sentido de superioridad cosmogónica la evangelización cristiana, que los europeos llevaron a extremos delirantes; creó una obligada revolución semiótica donde sustituyó el culto a las deidades antiguas por el culto a unas imágenes peculiares reconstruidas y complejizadas por ellos mismos. Aquí estaría el lugar del señor del sacromonte como guardián y símbolo depositario de la cosmovisión ancestral.
La religión católica se ha visto forzada a mirar con buenos ojos y sobre llevar los cultos a Cristos negros (señor de Chalma, Sacromonte, del Veneno, del Perdón, de los Milagros, de la buena muerte, Etc.) y otras deidades ejemplares del santoral católico. Esto nos recuerda el abanico complejísimo y riquísimos del panteón teogónico prehispánico, que los pueblos han puesto a nivel de la creencia monoteísta de la trinidad cristiana, otorgándoles funciones angelicales especiales y milagrosas.
Esta es una de las explicaciones que nos arrojan luz sobre el hecho de porque fue abrazada con fervor la religión católica con la devoción que otrora se otorgaban a las imágenes idolátricas en los tiempos prehispánicos. La concurrencia masiva a estos santuarios, nos recuerda y nos comunica con los antiguos peregrinajes a las ciudades sagradas y la entrega y el sacrificio que ellas reclamaban, de los cuales hay mucha evidencia, especialmente en Chalma.
Hoy en día siguen existiendo intolerancias por parte de muchas mesas y grupos de danza mal llamados “culturales”. Veo grupos que ensalzan el pasado glorioso queriendo brincarse arbitrariamente 400 años de resistencia colonial y avergonzándose de la historia y peripecias de nuestros indígenas de la conquista ¿Quiénes somos nosotros para juzgar como actuaron y que hicieron nuestros indígenas después de la conquista, desde una posición meramente contemplativa y siempre cómoda? Veo también mesas que ignoran todo nuestro pasado y se han fundido con el catolicismo sin cuestionarse absolutamente nada, y dan todo por hecho. Entre tanto, el sistema que nos aplasta y nos determina sigue siendo un punto que pocas veces se toca en las discusiones, nunca se habla de la explotación salarial ni de las barbaries del capitalismo; muchas veces la palabra se ha degradado a recadera de las fiestas próximas y que nos parece bien o mal del acto circunstancial; hemos olvidado su calidad de póiesis para los antiguos mexicanos. La danza se ha viciado y poco a poco tiende a ser un enorme lavadero de chismes y vanidades. Demos honor a nuestra palabra y memoria, no nos cerremos a la realidad, ni tampoco vivamos de una nostalgia inalcanzable, el ejemplo más grande lo están poniendo toda nuestra sangre indígena latinoamericana, que con su digno ejemplo como en tiempos ancestrales, nos muestran el camino.
Ahí están los zapatistas mexicanos, las resistencias por Wirikuta, los mapuches chilenos y argentinos, el movimiento de los “Sin tierra” brasileños, las resistencias bolivianas, ecuatorianas y guatemaltecas, que siguen defendiendo a Tonantzin Tlalli, como nos lo dejaron dicho los jefes: con nuestra propia sangre. Y como diría don Bolívar en paz descanse: “La modernidad de la vida civilizada es y seguirá siendo impensable sin la emancipación de esa interpenetración identitaria comenzada entonces por los indios americanos”. Unión, conformidad y conquista.¡¡ El es dios!!
[1] Bolívar Echeverría, “La modernidad de lo barroco” 1998, Ed. Era. México D.F.
[2] José Antonio Cruz ”La misión del espinal” Centro de Estudios Antropológicos, Científicos, Artísticos, Tradicionales y Lingüísticos «Ce-Acatl», 2004
[3] Existen diferentes hipótesis acerca de lo que simboliza dicha cruz; sin embargo según la creencia popular es la marca de la aceptación de Cristo por sus fieles y se hace con la ropa de los santos incinerada, otros lo asocian con la marca del persignado de las cosechas.
[4] Video documental “20 años de la mesa del señor del sacromonte”, producciones luna purpura 2008, México D.F.
[5] La siembra en la cuenca de México se empieza de marzo a abril aproximadamente y la cosecha entre septiembre y noviembre.
[6] Bolívar Echeverría “Meditaciones sobre el barroquismo” en: http://www.bolivare.unam.mx/ensayos/Guadalupanismo%20y%20barroco.pdf. Pg. 18.
[7] Ibídem.